Al invitarme a este foro Karl me escribió: “la idea es que hables de tu proceso creador, de cómo ves la literatura, de tus propias obras, de lo que te llevó a ser escritora y de todo aquello que contribuya a transmitir el significado de lo creativo en ti”.

Decidí enfocar mis palabras para esta mañana en su última propuesta…”transmitir el significado de lo creativo”.Comenzaré con un par de aforismos que extraje de los diarios de mi tío. Entre una decena que transcribí una tarde, hay dos que dicen:

“Crear es descubrir lo inusitado…y encontrar la palabra que revele su hallazgo”

“Crear es memorar un ineludible encuentro entre el silencio y la palabra”

Pues sí, crear más que “inventar” algo nuevo, resulta para mi un ensamblaje, un collage, un develar, quitarle el velo, alumbrar para que yo misma pueda ver “eso” que yace, que palpita en las profundidades de mi propio aliento con deseos de salir, de aflorar. Aquello que llamamos “creación” son semillas dormidas, como los óvulos de una niña al nacer. Las semillas requieren maduración, ser germinadas, luego gestadas para —dado el tiempo necesario— brotar, venir a la luz. Afirmarse, decir sí al deseo, a su devenir. Revelar un hallazgo o señalar ese encuentro que antes fuera silencio y luego se hiciera imagen o palabra. Es hacer visible lo invisible como diría Paul Klee.

Para este coloquio volví a leer un librito que tiene tiempo en mi biblioteca. Al comprarlo me llamó la atención su título…C’est pour cella qu’on aime les libellules….Es por ello que nos gustan las libélulas, una frase de Kafka con la que el rabino, doctor en filosofía, Marc-Alain Ouaknin titula su libro. Un ensayo sobre las búsquedas, reflexiones y descubrimientos respecto a la escritura.

Comienza por decir: “Puede haber, y hay probablemente en toda una vida, un instante inicial de tal intensidad, de tal fuerza que inflexiona o reorienta, la vida entera. Puede ser un libro, un encuentro, un accidente, una ausencia, un retraso, una puesta de sol, una tempestad o simplemente una sonrisa. La escritura de un texto, de un relato, de una pieza de teatro o de una novela es muchas veces el signo, la señal, de ese encuentro con un “momento fundador”. O quizás es más correcto decir, que escribimos para descubrir ese “momento fundador”, el punto inicial, la “conmoción del ser” que nos hace verdaderamente surgir en el corazón de la existencia”.

Les puedo asegurar que en mi caso, fue así. Mi primer atrevimiento a publicar mis líneas se tradujo en una novela corta titulada ¿Murciélago o mariposa? Constituyen la señal inequívoca de ese encuentro fundador que germinó una semilla, una que —como dije antes— quizás ya existía dentro de mí. Dice Sandor Márai “[…] el todo es la creación, una corriente profunda que impregna a una persona cuando se encuentra con Eros. Porque Eros tiene mucha fuerza. No es más que una palabra, pero tal vez sea la que designa el sentido de la vida…[…] ¿Murciélago o mariposa? fue un escribir para gritar en palabra impresa. Escribir como una manera de dialogar conmigo misma y con otro.

Cita Ouaknin a su maestro: Uno no escribe para justificarse ni para demostrar su talento. “Entra en ti mismo y busca la necesidad que te hace escribir”. Una sola pregunta es importante: ¿Acaso me siento obligado a escribir? Si la respuesta es afirmativa, si se formula a partir de un “yo debo”, entonces construye tu vida a partir de esa necesidad. “Una obra de arte es buena cuando nace de una necesidad; sólo la juzga la naturaleza de su origen.” No quiere decir que en al escritura no haya rigor de oficio, perfeccionamiento en la técnica, perseverancia en el trabajo. Pero siento, que sólo aquella escritura empujada, llamada por una incontrolable necesidad de salir, de ex–istir, de afirmar el deseo, como un vómito que al no expulsarse impide asentar el estómago, esas letras movidas y removidas son las que marcan huella. Son fuerzas impersonales que van a articularse en una presencia mía y personal, convertirse en las trazas visibles del alma de cada escritor.

En noviembre del 2008 a pocos meses de la publicación de mi segunda novela corta A Dos Manos, le conté a un amigo:

Ayer tarde me quedé escribiendo unas líneas sobre el porqué de esta novelilla: una justificación innecesaria. Me di cuenta que la forma del libro —el diálogo en correspondencia entre una mujer y un hombre— tiene más de dieciocho años intentando ser. Este texto encierra pre-historia e historia. Alguna vez, recorté y pegué en un cuaderno de hojas blancas los trozos de las líneas impresas que recibí de un hombre y las que yo misma escribía. Hice la primera versión de un libro en diálogo. Ahora inventé la conversación… Debe ser válido, una mujer —que se pretenda escritora— puede darse el lujo de ficcionar lo que quisiera leer de la mano de un hombre.

A diferencia de los personajes de Pirandello, ya sabes que soy un personaje en busca —desesperada— de interlocutor, te envío el final de mis reflexiones de ayer:

Cuenta una historia que un marchand d’art le había comprado un cuadro sin firma a Picasso, y regresó al cabo de un tiempo para pedirle que se lo firmara. Obtuvo la respuesta: “este cuadro no es mío.”

 —¡Pero cómo, si yo lo tomé de esta esquina de su taller hace menos de un año! –exclamó el mercader.

 —Muchas veces me sucede que pinto cuadros que no son de Picasso —replicó el artista.

 En literatura, cuántas veces no he leído a Borges preguntándose, una y otra vez, quién escribe lo que él escribe.

¿Será entonces que las verdaderas obras de arte son aquellas en las que el artista se reconoce a sí mismo, mirándose y mirando el mundo afuera?

 De ser así, una obra es aquella que a su vez logra hacerle la pregunta ¿Quién eres tú? a su espectador. Lo invita a entrar en diálogo con ella. Le inquiere de forma especular: ¿Cómo te sitúas con respecto a mí?

 “Especular” tiene esa doble vertiente. Por un lado, de “especulación”, porque desconocemos cuál es la verdad del autor ante su creación; por otro, apenas si acaso percibimos lo que suscita en nosotros la obra. Esta nos sirve de “speculum”, de espejo. Al movernos, positiva o negativamente hacia ella, la obra nos devuelve una imagen de alguna parte de nosotros mismos.

Pienso que es lo que pretendí al idear el texto A Dos Manos en el que los personajes se reconocen y se reflejan el uno al otro en correspondencia —aún sin conocerse. También, como autora, afirmo con pudor: me reconozco en mis líneas, en mi tono, en la forma que tomó una historia gestada en una pre-historia de hace muchísimos años. Falta ahora que, a su vez, las líneas, sean capaces de suscitar en —al menos— un lector que sostenga el libro con sus dos manos, la sencilla, profunda y fértil pregunta: ¿quién soy yo?

Si tan sólo consigo a uno, a quien mis líneas le sirvan de espejo para mirarse a sí mismo, publicar este texto habrá completado un círculo.

“Nuestra identidad está en el relato, en la historia de nuestra existencia”, dice Paul Ricouer. Comprenderse es aprehenderse frente a un texto, nuestro cuento. El “yo” no se posee a si mismo. Se comprende (aprende) frente a un relato (que aprehende), reenviándolo a su experiencia con respecto a la realidad. Por eso la literatura es necesaria, necesitamos que nos cuenten historias. El relato propone un mundo habitable. Un mundo en sí mismo, más que una ventana a otros mundos. Toda obra de arte intenta hacernos ver algo que no es real, pero al mismo tiempo nos suspende de la realidad para darnos acceso a un sentido más verdadero. La experiencia de la ficción nos da acceso al ‘sí mismo’ a través de la metáfora del texto. La imaginación nos hace salir del mundo en el que el ser no alcanza a vivir, dándole figuras de liberación, figuras para habitar de otra manera. Toda poética rompe con el mundo cotidiano, abre otro mundo, dibuja la posibilidad de vivir de otra forma.

Por mi parte, ya lo sabía antes de escucharlo de un filosofo famoso, encuentro algo de identidad, me parezco más a “mí” cuando escribo. Dice Ricoeur, que la filosofía lleva el duelo del conocimiento absoluto. Por ello hay conflictos de interpretación. En ninguna parte esta dicho el final. Existe el duelo de la última palabra. Existe lo inacabado. “El hombre es la alegría del sí frente a la tristeza de lo finito.”

“Encontré el convencimiento, siempre misterioso, de que la vida sólo es un pretexto para escribirla”, leí de Alejandro Rossi acerca de la obra de Juan Villoro en el Papel Literario. Si pensamos en el concepto de bio-grafía de un escritor, de aquel que necesita escribir, podríamos decir que la vida no precede la escritura sino que se engendra con la escritura. Ahí quizás radica lo esencial de escritores como Kafka o Borges. No hay vida de un lado y escritura del otro, pero hay una sola biografía, la escritura de la vida, la vida a través de la escritura.

No pretendo compararme con los escritores citados, sólo decirles que mi escritura —buena, regular o mala—, —apreciada, despreciada o criticada—, me ha dado vida.

Casi a manera de epitafio les leo de una mujer, de Clarice Lispector:

“Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mi en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos lo días. Pero estoy preparada para salir con discreción por la puerta trasera. He experimentado casi todo, aún la pasión y la desesperanza. Ahora solo querría tener lo que hubiera sido y no fui.”

Caracas, 2 ii 2012