¿Qué pueden tener en común un libro y una pieza de cerámica?, ¿el papel y el barro?, ¿la intención o el deseo?, ¿el acto creativo?

En el Evangelio según Juan, reza: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». Por otra parte, Enrique Orce, maestro alfarero, en Sevilla asoma : « Oficio noble y bizarro /entre todos el primero / que en esta cuestión del barro  / fue el hombre primer cacharro / y Dios primer alfarero ».En el Creador puede entonces hallarse la palabra y el artesano.

En griego el verbo ποιώ significa «crear, hacer, generar».  La biblia dice:  Θεός είναι Ποιητής : Dios es Creador. Homero es poeta, se escribe: Ο Όμηρος είναι ποιητής. La palabra « poeta » contiene en su raíz el verbo « crear ».  La fuerza creativa que está presente en la naturaleza también se encarna en la imaginación humana, porque el proceso primario de la naturaleza es dar vida a la forma.

Además de pensar en la primera escritura cuneiforme como marcas, incisiones sobre una tablilla de arcilla; quizás el escribir, dibujar, imaginar el «hacer libros a mano» y el «hacer cerámica» comienzan por tener en común el deseo de « crear » y el « hacer ».Hacer libros « a mano » y/o hacer cerámica son una de las tantas manifestaciones del homofaber (fare/faire) « aquel que hace ». En todas las culturas, desde las más antiguas, el hombre ha dejado su huella con su « fabricar » al generar objetos.

En tiempos contemporáneos de insatisfacción laboral se observa un retorno al «hacer con las manos», un llamado ancestral a trabajar con la materia que resiste. Ha surgido la necesidad consciente o inconsciente de rescatar esa parte de sí mismo: el homofaber, al imaginar poéticamente y crear belleza con la materia. Re-encantarla, animarla, valorando el resultado más allá de su utilidad medible, cuantificable, transable. Este hacer puede entenderse como un llamado a reencontrarnos con la luminosa, sensual belleza del mundo vivo : fuera y dentro de nosotros mismos. Como es el experimentar el espacio y el tiempo de la contemplación de la naturaleza, el mar, las hojas de un árbol o la danza de las nubes. Un « trabajo » que conlleva placer.

Junto al homofaber existe el homoludens, el hombre que juega, y expresa una función tan esencial como aquel que fabrica. Éste da espacio para invocar, cortejar, alimentar la genuina creatividad imposible de controlar de manera rígida o infalible. El hombre juega, como el niño, por placer y para su relajación, por debajo del nivel de lo «serio» de la vida. También puede jugar por encima de ese nivel, con juegos hechos de belleza y de fervor. La actitud auténticamente lúdica y espontánea es aquella de «seriedad profunda», pues el «jugador» se abandona al juego con todo su ser. La alegría ligada al juego de manera indisoluble se mide en que nos conecta con un mundo interior, más libre, para así hacer, generar, fabricar con la materia que se tiene «entre manos».

En mi caso, hago : libros/cacharro/cuenco/objetos contemplativos.

Un libro es un objeto que contiene, un contenedor. Como lo es un recipiente de barro, un cuenco. El papel se hace con fibra y agua. El barro con tierra y agua.

El hacer/crear remite a una necesidad, al deseo de expresar.

Imagen junto a palabra, hechos libro, presentan un contenedor de trazas, trazos moldeados con tesón, impregnados del agua de un sentir, cargados del aire de mucho pensar, y sobre todo del fuego de la pasión, del pathos, a veces doloroso. También la alfarería, la cerámica, es un arte que intenta dominar con las manos: la tierra, la humedad que ésta contiene en el barro, el aire que poco a poco lo seca, el fuego que lo quema, en fin, a uno mismo.

Me gustaría pensar que un «libro de artista» impreso, signado, plegado, cosido a mano está elaborado por un creador alfarero de dedos manchados de tinta.

Al final, el resultado, un libro es frágil contenedor. Ha de ser tratado con delicadeza como a la frágil cerámica, como al hombre, el primer cacharro de Dios. Todos tres comparten fragilidad.

Leí de un amigo: «¿Cómo acoge el vacío de la jarra? Lo acoge tomando aquello que se le vierte dentro. Acoge reteniendo lo que ha recibido. El vacío acoge de un modo doble: «tomando y reteniendo». Debemos agregar: « y vertiendo». Para la jarra es mejor dar que recibir ».

 Pensé: ¿Cómo acoge el vacío una página blanca? Lo acoge tomando aquello que sobre ella se vierte. Acoge reteniendo lo que ha recibido. El vacío acoge de un modo doble: tomando y reteniendo. Debemos agregar: «y vertiendo». Para la hoja hecha texto, hecha imagen, lo mejor es dar-se a otro, a su lector.

Me pregunté: ¿Cómo acoge el vacío del hombre? acoge tomando aquello que se le vierte dentro. Acoge reteniendo lo que ha recibido. El vacío acoge de un modo doble: tomando y reteniendo. Debemos agregar: «y vertiendo». Para el hombre es mejor dar que recibir.

 Se trata entonces de un vacío gestante, en un equilibrio fecundo de tensiones entre tomar del afuera, retener del adentro y dar al expresarse. Un ciclo, de inhalación y exhalación, vital.

 Llegué a imaginar que si entre nosotros se nos fractura, « la cosa », la jarra, le haremos Kintsugi y lucirá más hermosa, reparada. Peor aún, si torpes llegáramos a quebrarla, antes de cocerla, queda volver a empezar. Añadir agua, emoción, a la arcilla para darle forma al barro, aire para secarlo, quitarle el exceso de llanto, antes de poder quemar la forma… otorgarle dureza y resistencia. Así, podrá volver a acoger lo que se le vierta dentro, reteniendo lo que reciba. Además, vertiendo… de nosotros mismos.

 Hoy les doy objetos lúdicos, inútiles, bellos que contienen mucho de mí misma.

 

 

SecaderoUno Hacienda La Trinidad. Caracas, Julio 2023.