Melodía a Tres Voces, 2002
Grabado sobre papel BFK RIVES, encolado sobre bastidor de tela
44 piezas de 78cm x 22cm
(3432cm x 968cm)
“…un sonido solo no tiene sentido, necesita un antes y un después para ser música. Necesita de una idea y sobre todo de una emoción.”
David Ascanio
Un instante presente ha de vivirse plenamente…su sentido vendrá inserto en la línea de un antes y un después.
Este proyecto, “Melodía a Tres Voces”, elabora las ideas, sobre la yuxtaposición de una línea expresiva inserta dentro de un orden regular y estructurado, presentadas en el Salón Pirelli en 1999. En este caso, la línea alude más directamente a la música ya que ella estará enmarcada dentro de un sistema de fragmentos que se presentarán como compases conteniendo una melodía a tres voces.
El compás es un fragmento, una medida regular de tiempo. Estos forman parte del sistema de un pentagrama; sistema que sirve para codificar una partitura musical. La partitura proporciona a su vez una forma legible a la música. Inserto en este sistema ordenado de tiempo y espacio que nos permite su lectura, proporciona un lenguaje, el trazo visible pretende expresar la huella de la pulsión, de la pasión, de la energía que late en el centro de la existencia. El lenguaje sirve para contener la expresión de un sentir. En este caso, la partitura musical alude a un sistema contenedor de realidad, en el que el hombre se vive a sí mismo.
La línea horizontal en occidente es la línea de la escritura, del texto o del pentagrama musical. Ella es secuencial y narrativa. La línea es palabra, es nota, es contenedora. El recorrido de la línea es la forma, el trazo, la huella que el hombre imprime a los pensamientos, a las emociones de su existir. En ese vivirse a sí mismo queda su trazo, su huella visible en el afuera; y sobre todo, en el adentro, grabada en él.
El trazo nace del silencio, hace visible lo invisible, murmura “las voces del silencio”. La palabra, así como las notas emergen de un silencio; un silencio que da ritmo a la palabra constituyendo la trama secreta y profunda de la posibilidad de decir algo. Ello lleva a Merleau Ponty a reconocer que debemos ser sensibles a esos hilos de silencio entretejidos en el tejido de la palabra… Así como el tejido de la palabra, es ese hilo de Ariadna que hace el mundo posible, vivible, expresable, pensable, es decir, humano; ningún lenguaje puede pretender sustituir las “voces del silencio” pues ellas siempre susurran lo indecible. En este proyecto, el pentagrama presentado con espacios vacíos que lo ritman pretende remitirnos a ese silencio que vincula universalmente al hombre al mundo interior de lo Sensible, al mundo de su Ser.
Roland Barthes en el catálogo de Yvon Lambert sobre obras de papel del artista Cy Twombly escribe:
“El trazo – todo trazo inscrito sobre un hoja – niega el cuerpo importante, el cuerpo carnoso, el cuerpo humoral […] habla del cuerpo tal cual araña, marca, roza. Por el trazo el arte se adelanta, su hogar ya no es el objeto del deseo, pero el sujeto de ese deseo: el trazo, tan suave, tan ligero y aunque incierto siempre nos reenvía a una fuerza, a una dirección; es un “energon”, un trabajo que nos da a leer su pulsión y su desgaste. El trazo es una acción visible.
La línea restituye al dibujo a su lugar primordial. Es escritura ilegible, alusiva, sugerente, cargada de deseo de comunicar emoción, de rescatar lo simple, lo primario. En contraste con el uso de la línea como elemento o útil para dibujar lo observado, delimitar y comunicar la forma; en este proyecto, la línea sugiere una tensión, un dinamismo, una dirección, así como las sonoridades expresivas de un pianissimo a un fortissimo.
La línea es, en sí misma, la forma de un trazo, de una voz. En este caso, tres voces, donde el color confiere levemente la tonalidad, el registro vibracional de cada melodía. Una coloración neutra, alejada de los adornos y la seducción propia del color, soporta y hace visible, a través de la línea, ese mundo invisible de lo sensible, de ese logos primordial que alberga el silencio. Cada trazo es como un quiebre, una filtración, una distorsión de ese silencio, una expresión del Ser.
La línea no es signo, ni contorno. Ella es trazo alusivo, como las notas de una melodía, a lo inasible del existir humano.
Helena Arellano Mayz
Caracas, XI 2001
Crítica
Las líneas de Helena Arellano no son ni bordes, ni contornos, ni tampoco signos. Son presencias, alusiones, sugerencias. Quizás itinerarios expresivos. Huellas; como las que el sentir marca en el tiempo, o el vivir en el espacio. Revelan, y a la vez ocultan —como los pliegues de la tela, que calcan al mismo tiempo que cubren las sinuosidades del cuerpo. Pero ellas son el cuerpo. Sublimado. Lo plasman sobre el papel herido.
Cuerpo plural y multiforme, desarmado y traducido en formas dinámicas, fluidas y cambiantes. Como con el río de Heráclito, que nunca es otra vez el mismo y sin embargo sigue siempre un solo curso, hay aquí también una sola intención que crece en cada trazo diferente, una sola melodía que suena detrás de cada nueva sombra. Cuerpo transfigurado en líneas sobre un pentagrama elástico, interminable, que impone un orden y marca ritmos, tiempos, compases, armonías. “La música”, decía Schopenhauer, “habla el lenguaje sin imágenes del corazón.” Estas líneas son vocaciones, ecos interiores, voces que susurran desde adentro.
Melodía a tres voces, nos confiesa la artista: “Líneas como quiebres, filtraciones de pulsión, de pasión, de energía que late en el centro de cada existencia.” Rayas cargadas de sentidos; como los gestos en un rostro que carga historias en cada espacio. Que cuenta por silencios. Lenguaje mudo, de sirenas que se estiran como vírgenes pudorosas sobre lienzos, y renuncian a la seducción de lo sensible. Más allá del color y la superficie externa.
Como las palabras de Tiresio, estas líneas ciegas trascienden las medidas del espacio, traspasan las tantas nadas aparentes, para darle voz al foco latente e invisible que las anima. No es entendimiento sino resonancia interna, lo que quieren. No es conocimiento sino re-conocimiento, lo que ofrecen. Estos pentagramas son telescopios que nos vuelven hacia adentro y nos muestran astros, y planetas y galaxias interiores. Transforman al objeto en el sujeto, y a estas huellas estáticas en estatuas vivas, en registros vibrantes de deseo.
Las trazos de Helena Arellano son ejercicios de visión nocturna, estudios de una escucha interior… como si, efectivamente, fuese con líneas torcidas que Dios, al fin, escribe derecho.
– Victor Krebs