LETTER TO A REFUSING PILOT

Querido,

Esta mañana estuve retozando en la cama aquel texto que me diste a leer sobre los sentidos, el sentido de la vida, el sentido de nuestros actos. Creo recordar, te preguntabas qué sentido había tenido para ti estudiar arquitectura, además de haber aprendido que las puertas sirven para entrar y salir; las ventanas para airear y mirar hacia fuera; y las escaleras, sí, sé que te dan trabajo… me reí, nunca sabes dónde ponerlas. En ti, indefectiblemente descienden hacia los sótanos oscuros. Burlémonos entonces también de mí. Mis escaleras se parecen a las de Escher: un laberinto —sin salida— que da vueltas sobre sí mismo. Un compulsivo andar sobre piedras retorcidas, caminar, extraviarme, volver sobre mis pasos, cansarme, hasta de mí misma.

 

Hablando de laberintos, fui a Venecia a buscar al turco. Antes había pasado por Berlín, en lo mismo, en la búsqueda. Sabes que la población turca es elevada; sin embargo, por allá no lo encontré. No me quejo, comí excelente comida —garbanzos, berenjenas y cordero— en un lugar ni muy sofisticado ni muy cutre. Salí con la barriga satisfecha y la ropa curtida de aromas como se sale de una tasca en la Candelaria. Sobre Berlín no tengo intenciones de escribirte. Es una ciudad para escudriñar con ojos de arquitecto, los tuyos propios. Los míos son de neófita caminante. Me inhibes. Hay algo excitante ante tanta grúa, tanto edificio nuevo y en construcción, las calzadas de las calles levantadas, la energía de lo que cambia, de lo que se transforma… La ciudad lo atestigua, los alemanes desde 1989 siguen elaborando el sentido de nación, de país unificado y próspero. Sentido de convergencia, de pensamiento múltiple con capacidad de diálogo y tolerancia. ¿Tendremos nosotros que sufrir guerra, sangre, aislamiento y muerte para llegar a escucharnos unos a otros, en vez de proferirnos insultos a punta de gritos y huecas groserías?

 

Ves cómo me desvío…seguiré evadiendo al país, y volvamos al más bello laberinto sobre agua, a la Serenissima y al turco. A diferencia de ti, el turco no deja rezagados sus anteojos a fin de no leerme, por eso de tanto en tanto prosigo en su búsqueda. Intento hallarlo, debo conversar con él. Para estos momentos, él también ya usará anteojos, han pasado diez años.  No podrá ayudarte a leer si vuelves a dejar los tuyos. Andaremos cada vez más ciegos, perdidos, buscando lo que ya encontramos. Mientras prosigo en mi errancia, cruzaré los innumerables puentes, todos los que sean necesarios, y seguiré dando vueltas sobre las mismas calzadas de mi mente. De paso —¿quien es el que no está «de paso»?—, veré algo de arte —contemporáneo e innovador— en una ciudad que se mece serena, confiada en sus arrugas y encantos, tantísimos años de belleza —antigua y gastada— siempre vigente… como los amores sin fecha de caducidad.

 

No te contaré sobre todo lo que vi en la Biennale. Sería largo y nos desviaríamos del sentido de esta carta, que bien sabes, las mías se hacen interminables. Comenzaré por lo que me sucedió ayer. Como sabía sería un día soleado (de hecho estuvo bellísimo), intenté estar del otro lado bien temprano en la mañana. Terminé sentada en el campo Santa Maria Formosa mientras abrían el Querini Stampalia. Más que enclaustrarme en la biblioteca, tenía que saludar al uomo pipistrello en su Bat Gondola. Siempre me hace reír. Pedí un café y un jugo. Hice un dibujito con el sol de frente, calentándome. Dibujar apacigua mis demonios. Luego, entré, saludé y  decidí mirar una muestra que tenían con motivo de la Biennale: Imago Mundi. «El arte y viajar son ambos instrumentos de conocimiento», dice Luciano Benetton. «Combinando estas dos pasiones, a lo largo de años he comisionado y coleccionado miles de pequeñas pinturas de artistas establecidos y emergentes de todas partes del mundo.» ¡Un privilegiado viajero con una tremenda colección! Presentaba una amplia muestra elaborada con numerosas piezas pequeñas de 10x12cm organizadas por regiones del mundo. Recogí del panfleto, la siguiente frase que vendría bien para escribir sobre el sentido de la audición en el país: «Quisiera que los visitantes de Imago Mundi se dispusieran a entablar un diálogo sincero con el arte y el mundo, recordando que el significado, las ideas, la razón y la inspiración no son el monopolio de unos pocos, más bien crecen a partir de la interacción y la comunicación.»

 

Llegamos finalmente, si no al sentido, al motivo de esta carta: una historia que me conmovió. Un texto que acompaña la instalación del pabellón del Líbano, titulada Letter to a Refusing Pilot. El video comienza mostrando los dibujos del libro Le Petit Prince...  dice el texto que lo acompaña: «En el verano de 1982, corrió un rumor alrededor de una pequeña ciudad en el sur del Líbano, la cual estaba en esos momentos bajo ocupación Israelita. Se decía que un piloto de guerra en la fuerza aérea israelí había sido ordenado bombardear un objetivo en las afueras de Saida, pero reconociendo que se trataba de una escuela, rehusó destruirla. En vez de ejecutar las órdenes de sus superiores, el piloto viró desviando el curso del avión hacia el mar donde dejó caer las bombas. Se rumoró que el piloto conocía la escuela porque había sido estudiante ahí, pues su familia había vivido en la ciudad por generaciones, porque había nacido en la comunidad judía de Saida antes de que ésta desapareciera. De niño, Akram Zaatari —el artista— creció escuchando todo tipo de elaboradas versiones de esta historia, pues su padre había sido director de una escuela por más de veinte años. Décadas más tarde, durante una conversación imaginaria que sostuvo con un director de cine israelita Avi Mograbi, Zaatari contó con sus palabras su propia versión de la historia del piloto, convirtiéndola en una fábula o quizás una ficción veraz. Después que la transcripción de esta conversación fue publicada en un pequeño libro anaranjado, descubrió que no era un simple rumor. El piloto era real. Había nacido y crecido en un kibutz, Hagai Tamir nunca había pisado el sur del Líbano, pero así como Zaatari, había estudiado arquitectura, y podía reconocer una escuela o un hospital si veía uno. Su rechazo a bombardear el edificio había permanecido en secreto, apenas conocido por un pequeño círculo[…]»

 

Seth Anziska, quien realiza su doctorado en historia internacional en la Universidad de Columbia, viajó al Líbano en julio del 2012 para recaudar material, documentación americana e israelí sobre la invasión de 1982. Para tener una perspectiva del punto de vista libanés y palestino de la guerra, buscó fuentes producidas internamente, historias que suelen ser pasadas por alto u omitidas en los archivos de aquellos que detentan el poder. Fue así como, por un capricho azaroso, decidió visitar el Arab Image Foundation, una organización sin fines de lucro dedicada a recolectar y preservar fotografía del Oriente Medio. Allí le sugirieron leer un pequeño volumen naranja titulado A Conversation with an Imagined Israeli Filmaker Named Avi Mograbi del artista Akram Zaatari. Ya conocía la obra del artista y leyó por encima la presunta conversación pública.[i] Llegó al cuento del piloto. Se emocionó. Reconoció la historia. Era la misma de un piloto que él había conocido y entrevistado hacía dos años, un arquitecto del que se había hecho amigo en Jaffa. Algunos detalles estaban cambiados, pero estuvo seguro se trataba del mismo hombre. A través de un empleado de la fundación contactó al artista Zaatari para conocerlo. El artista decidió enviarle a través de él, una copia de su libro al piloto judío. «¿Quizás ello será la continuación de una conversación?», escribió. Desde entonces, dice Anziska que cada vez que recibe copia del intercambio entre Akram y Hagai, siente como lentamente se repara una ruptura histórica. En diciembre, los tres hombres se encontraron en un bar en Roma. La instalación que hoy presenta el pabellón del Líbano, en la 55 Biennale di Venezia, Letter to a Refusing Pilot surge de ese encuentro. El título alude al ensayo epistolar en cuatro partes de Albert Camus, Lettres à un ami allemand. Levanta preguntas sobre el heroísmo y la representación nacional. En sus cartas, Camus esgrime que el patriotismo del interlocutor alemán no es más que una absoluta sumisión, abdicando a toda voluntad de reflexión personal, hasta de humanidad, por el destino colectivo de una nación; mientras, el patriotismo de la resistencia se presenta como un combate por la justicia, la solidaridad de todos en la que la voluntad gubernamental no tiene lugar. A su vez, Zaatari le dirige la película a una persona, una figura que desde 1982 constituye en su ciudad un mito urbano. Para Zaatari resulta casi incomprensible haber podido conocer al piloto que voló y rehusó bombardear una escuela hacía 30 años, cuando él de niño —hoy un artista— aprendía fotografía tratando de capturar aviones de combate surcando los cielos en ese momento. La carta del niño al piloto, finalmente pudo alcanzar su destino cuando consiguió una dirección.

 

Frente al video hay una silla alusiva al cine, reservada al piloto.  Las imágenes muestran explosiones sobre las colinas de Saida en vez de la historia inspirada por el rechazo. Después de algunos minutos de haber reportado el supuesto mal funcionamiento del avión, uno de los colegas del piloto cumplió con las órdenes. La escuela de todas formas fue bombardeada. El rechazo de Tamir fue inútil. Sin embargo, relevó preguntas difíciles que reverberan hoy día, preguntas sobre el poder, la justicia, el nacionalismo, la pertenencia, la rebelión, y la promesa de un movimiento de resistencia más productivo que corrupto. El artista intenta establecer lo que por ley se considera una correspondencia imposible. Su carta tiene el propósito de abrir y sostener el debate.

 

No sé si fue el tema de las guerras «sinsentido», las matanzas «sin sentido», o el «sentido» de haber estudiado arquitectura… pero se me aguaron los ojos cuando leí. Y, desde entonces, le he dado vueltas hasta disponerme a escribirte esta carta. Mis palabras no te ayudarán a encontrarle el sentido a los caminos de tu vida. Reflexiona, pero no los busques demasiado. Al poner pura voluntad se pierde la disposición a la sorpresa, al asombro. En mi escasa experiencia —tanto menos profusa que la tuya— no hace falta buscar tanto. Ya lo llevas dentro. Para atisbar el sentido se trata, más allá de apuntarlo con un buen reflector lumínico —con pensamiento y razón—, de encontrar un afecto que le de luz interior, algo —alguien— que lo propulse hacia afuera, lo movilice, otro que te ayude con el parto, a darle forma —expresión— a tus actos. Mientras alumbras, dale vueltas al tema de las escaleras. Voltea la casa de ser necesario. Intenta, por favor, que suban, ya basta de sótanos oscuros. Desde lo alto también se tiene una buena perspectiva de nuestra ubicación en el tiempo y en el espacio. Somos tan infinitamente pequeños. Observa al arquitecto y su rechazo a bombardear. Fue un acto decisivo y generativo. Nutre un debate complejo, germinó en una obra para una importante muestra artística; y al conmoverme, hasta le debo estas pocas líneas. En un instante, escasos segundos, su vida tomó un sendero. Halló su sentido, sin saberlo, lo supo.

 

HAM

Paris, 14 x 2013/15x13 16h20

[i] My name is not Akram Zaatari. And the person I will be addressing is not Avi Mograbi. We have simply decided to name ourselves as such, playing roles that have been pre-scripted for us by a situation, like characters in a play or film, and like two individual born in two enemy states. Just as in prison one thinks of freedom, in wartime, thinking of peace is inevitable. But we know that it is not simple to unmake history, to go back in time and unmake injustice, violence, occupation, and war. This is why we could only be individual voices, fictive because we don’t represent. In fact, we misrepresent. Fictive because we are out of sync with national entities. Our voices are our nations’ imagination(s), rather than realities.