Publicado en el Papel Literario, El Nacional, 14.ii.2021
El tiempo transcurre. La vida insiste. Perseveramos durante nuestro tránsito. Ayer fui, de nuevo, a trotar al parque, bajo la lluvia. No soy de naturaleza deportista, me empujo convencida de sus bondades para el cuerpo. En cambio, insistir en el movimiento responde a las necesidades de mi alma. A veces, para distraer los pesares.
Ayer, como hace ya varios años, de nuevo llevaba la misma chaqueta impermeable azul y el gorrito rojo. «El gorrito lucía simpático, y además se supone me protegía. Sin embargo, al compás de mis pisadas, veía como las gotas de agua se colaban por sus rebordes, cual llanto insistente, persistente, inacabable. Un pozo de tristeza se vertía sobre mi cabeza, y recordé, ¿cómo fue que escribió Nelson Rivera? “País es lo que permanece. Lo que finalmente se espera. Lo que, de alguna manera, se asocia al porvenir. A lo por venir. Es un amor letra a letra. Amor con lágrimas y palabras de despecho. Amor de soledades y llamados. Amor más duradero que cualquier embate. Más fuerte que todo deterioro. Porque País es un dolor. Un dolor que salva.”
En este inicio del 2021, las gotas de lluvia invernal se escurrían por los bordes; sin embargo, algo en mí esta cansado de llorar. No así de desear, silente, el verde que te quiero ver. Un abrazo cálido de luz tropical arropada por la brisa fresca de mis afectos. En el valle, trabaja con constancia, a las faldas de El Ávila, mi impresor y «editor». Camelia ediciones publicó, en el 2014, el libro Azul y Rojo. Resultó uno de los títulos infantiles reconocidos y premiados por el Banco del Libro al año siguiente. El texto es de Mireya Tabuas, la ilustración y diseño gráfico de Ricardo Báez y el color de Patricia Van Dalen. Me complace mucho por sus creadores venezolanos María Angélica Barreto y Javier Aizpurua que a finales del 2020 este libro haya sido publicado en Grecia, en versión bilingüe griego/inglés, ΜΠΛΕ KAI KOKKINO / BLUE AND RED, por Nefeli Publishing con el apoyo del World Human Forum.
Desde hace un tiempo, la historia narrada por Mireya Tabuas, sobre un niño confrontado a elegir entre el color azul que le gusta a su madre y el rojo que le gusta a su padre, capturó la atención de los promotores del World Human Forum. Esta iniciativa greco-francesa-alemana nace en el 2015 como un foro sin fines de lucro, sin credos religiosos ni ideologías políticas. Su enfoque está dirigido a establecer un espacio de diálogo para buscar respuestas pragmáticas a los desafíos del mundo actual y futuro, centrándose en rescatar y valorar «lo humano», las iniciativas y propuestas de los individuos para el mejoramiento de su colectividad. Poner el acento en pensar cómo «vivir—mejor—juntos» en la Tierra.
En el pasado mes de mayo, en un foro virtual llamado El Eco de Delfos, presentaron su idea de un cubo —Delphic Cube— que reúne las seis áreas en las que esta organización concentrará su atención y esfuerzos: Sostenibilidad/Regeneración, Democracia, Educación, Desarrollo personal, Tecnología & Ciencia, y las Artes a través de las nociones de Conciencia, Cambio, Conexión y Creación.
¿Por qué el World Human Forum insistió en la publicación de un sencillo libro «Hecho en Venezuela»? Porque este libro es una invitación a pensar sobre las diferencias, la tolerancia y la convivencia. Y, este foro, sembrado en el ombligo del mundo antiguo, Delfos, busca reflexionar sobre los valores de entendimiento propios del sistema perfectible que es la Democracia. Por otra parte, nuestro país desde hace años exhibe su gran polarización política: una voz asfixiada bajo el yugo opresivo de un régimen sordo. Lo «Hecho de Venezuela» también presenta al mundo el deplorable ejemplo de cómo un país de cuantiosos recursos naturales pudo ser destruido, sus riquezas vilipendiadas y robadas, su población sometida al dolor del desarraigo, a la sumisión a dádivas para paliar la agonizante pobreza, todo ello, el resultado de las decisiones económicas y la retórica alimentada con odio y división sembradas del resentimiento de un hombre y un puñado de aprovechadores, falsos ideólogos movidos por la «consciencia social» hacia sus propios bolsillos. Más triste aún es pensar que este despeñadero fue producto de la megalomanía de aquel que tuvo en sus manos el poder y la oportunidad para manejar, invertir, una cifra obscena de recursos y haber convertido a Venezuela en el país próspero que puede ser.
Hoy, además del vago recuerdo de la «oportunidad perdida» y del actual sufrimiento por los estragos causados, persiste, insiste, remane el recurso más golpeado y adolorido, pero el más fuerte y resiliente: el humano. Nuestra gente. De entre sus manos, de sus oficios, nace este libro Azul y Rojo que hoy ve la luz en el idioma cuna de la idea de Democracia, el griego. Además, viene a contarle a muchos lectores, en el idioma más conocido en el globo, el inglés, la historia del dolor de un niño partido por la división de sus afectos.
Alexandra Mitsotaki, co-fundadora del World Human Forum, ha elegido el 20 de enero 2021 para presentar la traducción de Azul y Rojo, μπλε και κόκκινο, en Atenas. La elección de la fecha no es anodina. Lo harán el día de la investidura del nuevo presidente de los Estados Unidos de América. El eco de las líneas trazadas en este libro en el 2014 que dibuja, en la mirada inocente de un niño, el grito desesperado de mi país, Venezuela, resuena con fuerza en la sociedad americana. La fractura de su población es evidente. Si en estos primeros días de enero, algunos habrán mencionado a Venezuela, ante el asalto al Capitolio, aludiendo a una «república bananera», yo quisiera que desde ahora se hablara de ella gracias a este sencillo y profundo libro que nos invita a reflexionar para buscar formas de entendimiento, tolerancia y convivencia. Una manera de caminar el espacio de las diferencias.
Al escuchar y leer sobre lo que unos llaman el «fraude electoral» y otros la «gran mentira», al referirse a la reciente elección americana, recordé el origen de la palabra verdad : αλήθεια, en griego. Ella surge de anteponer el prefijo « a » a λήθη: olvido. Desde los tiempos de los misterios eleusinos, la noción de verdad surge de develar la nada, el olvido. Heiddeger escribe: «El desocultamiento de lo ente fue llamado por los griegos αλήθεια. Nosotros decimos verdad sin pensar suficientemente lo que significa esta palabra.»
En el caso que ocupa y preocupa sobre los Estados Unidos de América, y por consiguiente al resto del mundo que en mayor o menor escala se ve afectado por sus políticas, cada uno de los bandos se siente, piensa y percibe dueño de la «verdad»; y por consiguiente, el otro resulta el abanderado de la «mentira». Más allá de zanjar y posicionarme en una opinión, se me antoja que quizás el difícil y complejo «trance» está en des-ocultar el olvido, la nada. Puedo sonar ingenua, pues la falsedad y la maldad sí existen. La gente buena de mi país padece sus consecuencias. Pero, quizás para llegar a una mayor transparencia, se me ocurre que el llamado está en intentar des-ocultar, desvelar, más allá de los estereotipos, de la casilla roja o azul, ver sin olvidar nuestra común «humanidad», nuestro potencial latente en la Nada. El hecho de que unos se perciban tenedores de la «verdad», no por ello, las ideas, sentimientos, percepciones de los otros dejan de existir. De lado y lado, en los Estados Unidos, son muchísimos. Así sucede en Venezuela, aunque las proporciones hayan variado considerablemente con los años. El tiempo ha transcurrido. La vida ha insistido. Los resultados están a la vista. Se han develado. Las penurias de tantos no se pueden ocultar. Y, sus hacedores, para recuperar su «humanidad», deberían comenzar por ver con compasión, sentir vergüenza por lo «Hecho de Venezuela».
Sin embargo, a pesar de las discrepancias y oposiciones, la única forma de con-vivir es perseguir un futuro en conjunto. Al proyectar un horizonte político común —mancomunado— se relativizan las ideas fijas que nos diferencian. En el fondo, aquello que nos mantiene unidos —en la pugna— es lo que no tenemos, aquello de lo cual carecemos: una meta común.
El ser humano es el único animal que necesita de otro para aprehender su humanidad. Un pollito recién nacido ya sabe intrínsecamente cómo «ser pollito». Sin embargo, un bebé necesita de otro ser humano para primero, sobrevivir, hasta aprender-se; su devenir «humano» comienza en el espejo de otro de su misma especie. Así aprendemos a verbalizar, a comunicar, a relacionarnos. Quizás no siempre exista deseo de «un vivir juntos», tampoco es una cuestión de imponer la voluntad, pero es inevitable. El interés humano nos empuja —por necesidad— a aprender a vivir juntos, y a través de ello a un «crecimiento, mejoramiento, transformación» de nuestra propia humanidad. Es el contacto con el otro lo que nos impulsa, nos desarrolla, nos muestra aspectos de nosotros mismos, subraya afinidades o detona antagonismos, sirve de espejo en las similitudes y las diferencias, llama a la transformación, propulsa, en parte, nuestro devenir. Acoger de manera bondadosa la multiplicidad en nosotros mismos abre el espíritu y la actitud para intentar el «vivir juntos» más allá de simplemente sumar al otro, o atraer al otro a nuestro bando. Se trata de intentar soltar las certezas de las convicciones, dejar de lado la identidad fija, desprenderse de las verdades al aprender del pasado, crear espacio para la duda, a fin de que exista una posibilidad real de escucha: de intercambio. A fin de que pueda aflorar algo nuevo más amplio que la suma de las partes. Co-exista en el espacio compartido un abanico de matices de azules, rojos, violetas.
El tiempo transcurre y la vida insiste. Tras las fuertes tormentas, el haz de luz descompuesto a través de unas gotas de agua, ocultas en una hermosa nube, asoma azules reconfortantes, rojos encendidos, violetas aterciopelados… algún viejo-verde chillón, un amarillo deslumbrado y un naranja en el ocaso. Una multiplicidad de colores. ¿Y si la luz fuese la misma en todos? Lo que se nos dificulta a los ojos es el ver, develar, la vibración de la luz. Apenas, vemos colores y necesitamos un prisma, un cuerpo que la refleje. Cuando salga de nuevo a caminar, sin tanto agite, me pondré una media azul y otra roja para no olvidar que a fin de desplazarme, sin brincos ni sobresaltos, a un ritmo pausado y a largo plazo, a pesar de los años transcurridos, no he dejado de necesitar ambos pies.
Paris, 15 i 2021
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